MANUEL A. FERNÁNDEZ

De arañas, medusas y humanos
BA Photo, 2019

Curaduría: Valeria Gonzalez y Mercedes Claus

Artistas: Cecilia Azniv Lutufyan, Jesu Antuña, Walter Barrios, Erica Bohm, Ramiro Chaves, Cooperativa Sub, Julieta Escardó, Flavia Da Rin, Juan Di Sandro, Lorena Fernández, Manuel A. Fernández, George Friedman, Margarita García Faure, Nicolás García Uriburu, Mauro Guzmán, Annemarie Heinrich, Carlos Huffmann, Estefanía Landesmann, Pablo Lapadula, Samuel Lasso, Marcela Magno, Marcos Mangani, Sameer Makarius, Nicolás Martella, Charly Nijensohn, Andrea Ostera, Pedro Otero, Julio Pantoja, Facundo Pires, Malena Pizani, Plantío Rafael Barrett (Adriana Bustos y Mónica Millán), Santiago Porter, RES, Anatole Saderman, Ivana Salfity, Rosana Schoijett, Boleslaw Senderowicz, Grete Stern, Santiago Villanueva, Adrián Villar Rojas, Ivana Vollaro, Guido Yannitto, Osías Yanov.

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Para que los académicos estén contentos es necesario que el universo tenga una forma, preferentemente matemática. Por el contrario, afirmar que el universo no se parece a nada y que no es más que informe equivale a decir que el universo es algo así como una araña o un escupitajo. (G. Bataille, 1931)

En su análisis de la pintura negra de Goya “Duelo a garrotazos”, Michel Serrés afirmaba que, enfrascados en su lucha especular, los hombres ignoraban que ambos acabarían derrotados por la inexorable succión del barro del mundo. Bruno Latour siguió adelante con la idea de un necesario contrato con la naturaleza: no se trata de catástrofes sino de agentes no humanos que expresan su resistencia a la depredación y reclaman su lugar en las decisiones políticas. Donna Haraway vería en el lodo que rodea la ciega competencia masculina una fuente de inspiración y supervivencia: el homo convertido en humus, pensamiento tentacular copulando y multiplicándose con todo lo que escapa a la categoría de lo humano.

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Imágenes de disolución y metamorfosis. Caen los bordes que pretendían mantener separada a la persona humana de todo lo desalmado –plantas, animales, el suelo donde se asienta, el aire y los microorganismos que respira, las cosas que inventa y usa, las vísceras y fluidos que habitan los cuerpos. Caen también los bordes que distinguían al paisaje del retrato y a las figuras del fondo. Epidermis espinosas, rostros de arena y pedregullo, cabelleras medusas, seres atmosféricos y anfibios. Las figuras híbridas y surreales de A. Heinrich y G. Stern evidencian la sospecha de algunos modernos ante las convenciones de la soberbia antropocéntrica. Los artistas contemporáneos ya no precisan del humor y el artificio de aquel mundo paralelo: las alianzas con agentes no humanos se han vuelto naturales, y a menudo dejan que el viento, el río, las olas, la luz del sol hagan la obra con ellos.

No es un simple mundo idílico. Conviene recordar que la deposición del reinado de las personas fue iniciada por el capital y hoy se acumula en densas capas algorítmicas que rodean la Tierra. Según Bifo Berardi “una sed de codicia interminable está incrustada en su software, sin importar lo que piensen sus terminales humanas”. No habrá un nuevo mundo, pero sí un éxodo interno. En medio de esta certeza apocalíptica, el autor confía al arte un protagonismo inédito: la imaginación permitirá retirar nuestros cuerpos del sacrificio económico. Las imágenes aquí reunidas componen (a menudo más allá de sus autores y de los corpus a los que pertenecen) una suerte de reservorio animista, una invitación al derroche de energías y al juego de asociaciones ilícitas e impredecibles. Algo así como un ADN morfogenético o la cifra de la vida que podría proliferar aún en medio de un sistema predatorio.