MANUEL A. FERNÁNDEZ

Tuve miedo pero ya se fue

“Voy a subir al techo a ver.

 Admiraré el desastre bajo la luz de la luna gigante.”

Santiago Motorizado

El cielo parecía marmolado, nubes alargadas, algo rosadas, algo amarillas. Jamás pensó que aquella mañana sería la última vez de un paisaje conocido. El algoritmo del lugar no mostraba alteraciones. Sin embargo, oscureció temprano en la tarde y el viento sacudió las calles. Al principio, la ráfaga del chaparrón pareció ser transitoria, mas pronto llovió incansablemente. El barro, el aceite y las ramas flotaban en el agua viscosa. El charco había subido el nivel, todo en la casa y en las calles acompañaba la crecida. Flotaban automóviles, motocicletas cromadas, libros, frazadas, el pan, la impresora y el televisor. La señal de la telefonía móvil estaba interrumpida. Tras la ventana vió el rincón del cuadro con los caballos, le incomodó ver la quietud del remanso en este desastre. Hubo un apagón y un zigzag de luces de linternas arqueándose desde la rampa de la cochera lindante. La luminaria de emergencia del Ministerio titilaba débilmente. Los insumos golpeaban contra el hierro de las rejas. La ciudad se replicaba en aullidos y pedidos de auxilio. Nunca imaginó vivir lo que parecía ser la próxima Villa Epecuén. El monoblock estaba sumergido en un estanque y en sus bordes, un éxodo de nadadores esquivaban lo que arrastraba la corriente. El oleaje recio arrastró todo a su paso. Muchos lloraron arriba del árbol, algunos parecían armados. La imagen era desoladora.

Creyó que era el último sereno en la noche.

Al amanecer logró salir del interior por una de las claraboyas, se procuró algo de agua y una radio. Las primeras luces recortaron una ciudad inmóvil, desangelada. En ese momento, Manuel se sentó sobre la membrana plateada y a través del visor humedecido de su cámara miró:
Los cuerpos petrificados.
La cinta en el lodo.
El dibujo de las olas.
La torre sumergida.
El coral de hormigón.
Los médanos de escombros y la espesura del agua.
La cartografía del granito.
El hollín de la pira del último invierno.
Las astillas contra el muro.
El refugio y la cama hinchada.
La piedra gastada .
Los andamios fosilizados.
Las marcas del credo.
El acantilado.
Los cimientos cristalizados.
Las grietas.
El prisma revelado.
Los árboles del suburbio.
La ausencia.
El sol que seca.
Y bajo el pavimento, la playa.

Leonel Fernández Pinola
junio, 2013